Mateo 11:25-27
En aquel tiempo,
tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has
revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha
sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre
le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Reflexión
• Contexto. El pasaje de Mt 11,25-27 representa un giro en el
evangelio de Mateo: a Jesús le son formuladas las primeras preguntas sobre la
llegada del reino de los cielos. El primero que plantea interrogativos sobre la
identidad de Jesús es Juan Bautista, que a través de sus discípulos le dirige
una pregunta concreta: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”
(11:3). Sin embargo, los fariseos junto con los escribas se dirigen a Jesús con
palabras de reproche y de juicio: ”Tus discípulos hacen lo que no es lícito
hacer en sábado” (12,2). Hasta ahora, en los cap. 1-10, la llegada del reino de
los cielos en la persona de Jesús no parecía encontrar obstáculos, pero a
partir del cap. 11 empiezan a aparecer dificultades concretas. O sea, muchos
empiezan a tomar posición ante la persona de Jesús: a veces es “objeto de
escándalo”, de caída (11,6); “esta generación”, en el sentido de descendencia
humana, no tiene una actitud de aceptación hacia el reino que viene; las
ciudades situadas a lo largo del lago no se convierten (11,20); se desencadena
una verdadera controversia sobre el comportamiento de Jesús (cap.12), es más,
se empieza a pensar cómo matarlo (12,14). Este es el clima de desconfianza y de
contestación en el que Mateo enmarca nuestro pasaje.
Ahora ha llegado el momento de
interrogarse sobre la actividad de Jesús: ¿cómo interpretar estas “obras de
Cristo” (11,2.19)? ¿Cómo explicar estos milagros de sanidad(11,20.21.23)? Estos
interrogantes tocan la cuestión crucial de la mesianidad de Jesús. Mientras tanto,
las obras mesiánicas de Jesús ponen bajo juicio no sólo a “esta generación”
sino también a las ciudades del entorno del lago que no se han convertido al
llegar el reino en la persona de Jesús.
• Hacerse pequeño. Para realizar esta conversión, el itinerario más
eficaz es hacerse “pequeños”. Jesús comunica esta estrategia de la “pequeñez”
en una oración de reconocimiento (11,27) que tiene un paralelo espléndido en el
testimonio dado por el Padre con ocasión del bautismo (11,27). A los estudiosos
les gusta llamar a esta oración “himno de júbilo”. El ritmo de la oración de
Jesús empieza con una confesión: “Yo te bendigo”, “te confieso”. Esta expresión
introductoria le da mucha solemnidad a la palabra de Jesús. La oración de
alabanza que Jesús pronuncia tiene las características de una respuesta para el
lector. Jesús se dirige a Dios con la expresión “Señor del cielo y de la
tierra”, es decir, a Dios como creador y custodio del mundo. En el judaísmo,
por el contrario, era costumbre dirigirse a Dios con la invocación “Señor del
mundo”, pero sin el término “Padre”, que es una característica distintiva de la
oración de Jesús. El motivo de la alabanza es la revelación de Dios: porque has
ocultado…, has revelado. Este esconder, referido a los “sabios e inteligentes”,
afecta a los escribas y fariseos, considerados como totalmente cerrados y
hostiles a la llegada del Reino (3,7ss; 7,29; 9,3.11.34). Se revela a los
pequeños, el término griego dice “niños”, a los que aún no hablan. Por tanto,
Jesús considera oyentes privilegiados de la proclamación del reino de los
cielos a los inexpertos de la ley, a los no instruidos.
¿Cuáles son las “estas cosas” que
se ocultan o revelan? El contenido de este revelar u ocultar es Jesús, el Hijo
de Dios, el revelador del Padre. Es evidente para el lector que el revelarse de
Dios va inseparablemente unido a la persona de Jesús, a su palabra, a sus
acciones mesiánicas. Él es quien permite el revelarse de Dios y no la ley o lo
hechos que presagiaban el tiempo final.
• El revelarse de Dios, del Padre al Hijo. En la última parte del
discurso, hace Jesús una presentación de sí mismo como aquel a quien todo le ha
sido comunicado por el Padre. En el contexto de la llegada del Reino, Jesús
tiene la función y la misión de revelar en todo al Padre del cielo. En esta
función y misión, él recibe la totalidad del poder y del saber, y la autoridad
para juzgar. Para confirmar esta tarea tan comprometedora, Jesús invoca el
testimonio del Padre, el único que tiene un real conocimiento de Jesús: “Nadie
conoce al Hijo sino el Padre” y viceversa, “nadie conoce al Padre sino el
Hijo”. El testimonio del Padre es insustituible para que la dignidad única de
Jesús como Hijo sea entendida por sus discípulos. Se afirma, además, la
exclusividad de Jesús en el revelar al Padre; así lo afirmaba el evangelio de
Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, él lo ha contado” (1,18). En síntesis, el evangelista hace entender a
sus lectores que el revelarse de Dios acontece a través del Hijo. Es más: el
Hijo revela al Padre a quien quiere.
Para la reflexión
personal
• ¿Sientes en la oración la necesidad de expresar al Padre
todo tu agradecimiento por los dones derramados en tu vida? ¿Tienes ocasión de
confesar y de exaltar públicamente al Señor por las obras maravillosas que
realiza en el mundo, en la Iglesia, en tu vida?
• En tu búsqueda de Dios, ¿pones tu confianza en tu saber e
inteligencia, o te dejas guiar por la sabiduría de Dios? ¿Qué atencion prestas
a tu relación con Jesús?
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