Isaías 40:1-11; Mateo 18:12-14
1.
En medio de una historia bien triste para el
pueblo de Israel, tanto política como religiosa, resuena un pregón de
esperanza, describiendo con fuerza literaria y plástica los caminos que a
través del desierto van a conducir al pueblo de vuelta a Jerusalén, como
sucedería en efecto, en el siglo VI antes de Cristo, por decisión del rey Ciro.
Se dibuja aquí como una
repetición del éxodo desde Egipto, camino de la tierra prometida. Ahora es la
vuelta del destierro de Babilonia. En ambas ocasiones es Dios quien conduce y
protege a su pueblo. Pero exigirá esfuerzo por parte de todos: han de ir construyendo
el camino, allanando, rellenando, enderezando, como recordará más tarde el
Bautista. Un buen símbolo de la colaboración del hombre en la salvación que le
ofrece Dios.
El anuncio más consolador es que
Dios llega, que llega con poder, que perdona a su pueblo sus pecados
anteriores, que quiere reunir a todos los dispersos, como el pastor a sus
ovejas. Es un retrato poético y amable de Dios como Pastor: «lleva en brazos
los corderos, cuida de las madres». Tiene entrañas de misericordia para con su pueblo.
No quiere que permanezcan más tiempo en la aflicción.
No es extraño que el salmo nos
haga cantar sentimientos de alegría por la cercanía mostrada en todo tiempo por
Dios a su pueblo: «cantad al Señor, bendecid su nombre, delante del Señor que y
a llega, y a llega a regir la tierra».
2. Es un mensaje que nosotros abrazamos
con más motivos todavía al escuchar el evangelio. También Jesús hace un retrato
del «Padre del cielo», y lo describe como Pastor con un corazón bueno,
comprensivo, que va en busca de la oveja descarriada y se llena de alegría
cuando la encuentra. «No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Es un retrato que más que con
palabras ha manifestado Jesús con su propia vida. A imitación de su Padre, él
se preocupa de todas las ovejas, de modo especial por las más débiles, las que
se escapan del redil y corren peligros. No las abandona, las busca, las abraza,
las perdona, las devuelve a la seguridad. Es en verdad el Buen Pastor.
Si el Padre es rico en
misericordia, Cristo aparece también en las páginas del evangelio como
comprensivo, misericordioso, benigno con los pecadores, dispuesto siempre a
perdonar. A los dos discípulos «extraviados» que abandonan la comunidad de
Jerusalén y, desanimados, se quieren refugiaren su casa de Emaús, el Resucitado
les sale al encuentro, los recupera pacientemente y les envía de nuevo a la
comunidad. Siempre Buen Pastor.
No ha venido a condenar, sino a
salvar.
3. a) A los primeros a quien
Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no
seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un
momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos
débiles y a veces nos distraemos del camino recto.
Cristo Jesús nos busca y nos
espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los
cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también
necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos
nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a
aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento -espera,
búsqueda- es Dios para con nosotros. Y se alegrará inmensamente si volvemos a
él.
b) Pero también nos enseñan estas
lecturas a mejorar nuestra actitud para con los demás. ¿Ayudamos a otros a
volver del destierro o del alejamiento a la cercanía de Dios? ¿estamos siendo
en este Adviento, ya en su segunda semana, mensajeros de la Buena Nueva para
con otros y pastores ayudantes del Buen Pastor? ¿sabemos respetar a los demás,
esperarles, buscarles, ser comprensivos para con ellos, y ayudarles a encontrar
el sentido de su vida? ¿tenemos corazón acogedor para con todos, aunque nos
parezcan poco preparados, incluso alejados, como lo tiene Dios para con
nosotros, que tampoco somos un prodigio de santidad?
Tal vez depende de nuestra
actitud el que para algunas personas esta Navidad sea un reencuentro con Dios.
Y no por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y aceptación.
El profeta puede dirigirse a
nosotros y decirnos: «Consolad, consolad a mi pueblo. ¡ Grita! ¿Qué debo
gritar? ¡ Aquí está vuestro Dios!». Hoy las lecturas nos lo han gritado a
nosotros. Ahora nosotros podemos ser heraldos de esperanza en medio de un mundo
que no abunda precisamente en noticias buenas. Empezando por nuestra propia
familia o comunidad.
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