Usualmente se define el pecado de
David como el pecado de adulterio. Sin embargo, ¡es más que eso! El pecado de
David es sobre el abuso de poder. Y Dios, que es el Dios de los débiles no iba pasar
por alto ese pecado, aunque tal pecador se llamara David.
¿Cuál
es nuestra actitud con respecto a los débiles? Nuestra época está llena de
llamados a ser mejores personas. Se les
invita a los conductores a no manejar a exceso de velocidad y tener la
“educación” de ceder el paso a los peatones. Se nos invita a ceder el asiento a
los ancianos y a las mujeres embarazadas.
Se nos invita a ser tolerantes, respetuosos. Una persona buena, en esta época, es alguien
que conoce los valores y son esos valores que guían su comportamiento a
diario.
A lo mejor supondremos que no
cederle el asiento a un anciano no nos llevará al infierno. Sin embargo, demuestra un corazón que no vive
buscando el bien común. Un egoísta que prefiere que el débil sufra. Pero aun así no esperamos que después de no
ceder el asiento en el autobús a un anciano, llegando a nuestra casa este ahí
sentado el profeta Natán esperándonos para acusarnos y declarar el justo juicio
de Dios sobre nosotros.
David
no había considerado grave su falta. Así como nosotros no consideramos de
gravedad nuestro estilo de vida que tiene algunas manchas de abuso de poder. En
el relato del texto bíblico, David se da cuenta que había pecado cuando Natán
lo acusa; es por eso que el expresa: pequé delante de Jehová. ¡Que terrible
sorpresa se llevó David!
Una historia de “terrible
sorpresa” también la encontramos en un relato del Nuevo Testamento. Algunos esperaban llegar al cielo, pero
fueron enviados al mismísimo infierno. La razón es esta: “ Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis;
enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le
responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero,
desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo:
De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños,
tampoco a mí lo hicisteis Mateo 25:41-45.”
Terrible sorpresa para estos
que reconocían a Dios como su Señor. No se dieron cuenta que Dios defiende el
derecho de los débiles. Y si amaban a Dios tenían que defender la causa de
Dios. Amar lo que él amaba. Cuidar lo que él cuida.
David había olvidado las
condiciones en las que él vivía cuando fue ungido para ser rey. Era el menos
indicado ante todos. El más pequeño, el más débil, el inmaduro. Su hermano
Eliab pensaba así de él, pues en el relato famoso de David y Goliat él se expresó así: ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has
dejado esas pocas ovejas en el desierto? Yo te conozco. Eres un atrevido y mal
intencionado. ¡Seguro que has venido para ver la batalla!”. (1 Samuel
17:28). Sin embargo, Dios estuvo con él.
Dios le dio la grandeza que ahora tenía.
Y ahora, de ser víctima, se convierte en victimario.
¿No estaremos nosotros así,
olvidando que somos lo que somos por Dios y pecando contra Dios? ¿No estaremos
olvidando que podemos ser la esperanza del que sufre, la fortaleza de los
débiles, la esperanza del angustiado?
Olvidar actuar conforme a lo que Dios nos llamó es “abuso de poder”. Ese
olvido nos hace pasar de victimas a victimarios.
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